José Jesús Bela, un hombre bondadoso: Zoobotánico Jerez - Página oficial

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JOSÉ JESÚS BELA, UN HOMBRE BONDADOSO

Es habitual halagar a las personas cuando no están entre nosotros pero en este caso no es así. Lo podemos asegurar.

 

Pepe Bela se desvivió por el Zoo y sus habitantes desde el principio del parque. Ha sido querido y respetado por todos y quienes tuvieron la suerte de conocerlo quedaron impresionados por su bondad, humildad, educación y especialmente por su sonrisa.  Pepe era maestro de profesión y fue profesor de algunas personas muy conocidas en Jerez, que lo recuerdan con mucho cariño como maestro. Daba gusto verlo subir cada mañana la cuesta desde su domicilio cercano al Zoo, con alegría y regalando sonrisas a cuantos se encontraba por el camino. Recordamos que en esa época había un compañero con malas pulgas y al pobre Pepe, cada vez que tenía que decirle algo le costaba la misma vida. De hecho, todo lo decía con suavidad, sólo se le notaba el mal rato por la cara tan roja que se le ponía y cuando se le preguntaba sobre lo ocurrido jamás criticaba. Cuando se le criticaba a alguien siempre encontraba alguna justificación como:" ha sido sin querer, no se habrá dado cuenta, lo habrá hecho sin maldad", y así un largo etcétera. Lo que se dice un hombre bueno, que siempre fue querido y muy respetado por todos.

Pepe sabía mucho de botánica y nos enseñó a acariciar las plantas para que nos regalaran su olor. Así iba por los jardines pasando la mano por las aromáticas y nos decía: ''huele, mira como el olor se queda impregnado en las manos''. Ahora cada vez que lo hacemos lo recordamos. Su amor por las rosas es digno de destacar. Unos días antes de caer enfermo, y pocos días antes de su jubilación, regaló al parque unos rosales que se sembraron en el parterre del Depósito de Aguas y dieron rosas espectaculares, olorosas y de un diámetro sensacional; una rosa ocupaba el sitio de un ramo de rosas. En el Zoo existe un paseo que lleva su nombre ''Paseo de Pepe Bela'', que se encuentra en el camino de la izquierda, caminando en dirección al depósito de aguas por la avenida central. Todavía lo recordamos entrado en la oficina, con su cara alegre y escribiendo en su vieja máquina. Él no pudo usar el ordenador ya que para él era demasiado moderno, nos contaba. Pero gracias a su máquina podemos disfrutar hoy de cientos de historias del Zoo. Todas llenas de bondad porque en sus escritos no hay crítica alguna y eso que estuvo trabajando muchos años. Desde aquí, queremos darle de nuevo las gracias por habernos enseñado tanto. Sabemos que, aunque ya no está entre nosotros, desde algún maravilloso lugar nos seguirá cuidado a todos los compañeros del Zoo.

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